Pandemia; entre la corrupción, errores y aciertos.
A mediados de marzo, cuando se reportaban los primeros casos en Bolivia, China declaraba como superado el pico más alto del número de infecciones por el SARS Cov2, Se anunciaba el cierre de algunos de los 16 hospitales, de más de 1000 camas cada una, que habían sido construidos en pocos días, específicamente para afrontar la crisis. En Wuhan, se daba de alta al último paciente, luego registrar 60,00 infectados y más de 3000 fallecidos. China celebraba e Italia se convertía en el nuevo epicentro mundial de la pandemia.
Dos meses antes, después de que la OMS fuera notificada de la identificación del virus
en Wuhan, el 31 de diciembre; las autoridades sanitarias chinas confirmaron la
alta contagiosidad del virus. Con el fin de evitar su propagación, ciudades
enteras quedaban aisladas desde el epicentro inicial: Wuhan de 11 millones de
habitantes. Alrededor de 20 millones de personas quedaron en cuarentena, pero para entonces, decenas de miles ya habían
salido de la ciudad.
El
10 de marzo se informaba de los 2 primeros casos en Bolivia, dos días después se
declaró estado de emergencia nacional. El 21 de marzo, mediante el decreto
supremo N° 4199, se implementa la cuarentena total en todo el
territorio del Estado Plurinacional de Bolivia y el cierre de fronteras internacionales, contra el contagio y propagación
del Coronavirus
La cuarentena nacional, es la medida
extrema que tiene como objetivo disminuir la velocidad de expansión de la
pandemia, instruir a la población acerca de medidas de prevención y ganar
tiempo en la preparación del sistema sanitario tanto en infraestructura,
equipamiento y del personal.
Bolivia es un país, con pocos hospitales y centros de salud, con un número de camas de hospitalización por
debajo del promedio mundial de 2,7 por cada 1000 habitantes. La cantidad de profesionales sanitarios, entre médicos, enfermeras y demás personal, existente en nuestro país
es de 14.1 por cada 10,000 habitantes (la OMS recomienda 25 por cada 10,000).
Según el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, el número de médicos
alcanza a 4,7 por cada 10,000 habitantes, el segundo más bajo de Latinoamérica.
En los últimos años, con la inauguración de nueva infraestructura hospitalaria
ya se percibía un déficit de médicos especialistas.
Nuestro sistema sanitario no
funciona como tal, existe una falta crónica de trabajo coordinado entre los 3
niveles de atención.
Ante este panorama, el país no estaba preparado para afrontar una pandemia de las dimensiones como la que vivimos. El gobierno de transición, lejos de acelerar la conclusión de los hospitales en construcción, desde la anterior gestión gubernamental, lo que hizo fue paralizar las mismas.
Nada de lo anterior se hizo de
forma eficiente ni oportuna. No se aprovechó los meses de relativa baja
incidencia de casos para implementar medidas de preparación antes de los
elevados picos de los meses más álgidos; junio, julio y agosto. Se compraron equipos no aptos para las
unidades de terapia intensiva con
oscuros manejos económicos. No se contrató el suficiente personal profesional.
Hubo una deficiente dotación de insumos de bioseguridad para el personal
sanitario, quienes tuvieron de recurrir a sus propios recursos para adquirir los
mismos. La consecuencia de esto fue el contagio de un gran número de médicos y
enfermeras, y el lamentable deceso de muchos de ellos. Los llamados comités
científicos tuvieron un rol mediocre e intrascendente, no dieron las directrices adecuadas ni oportunas en la
gestión de la crisis. Las medidas coercitivas, implementadas como un único
recurso, no fueron las más apropiadas para mantener a la población aislada en sus
domicilios, mucho más cuando la mayoría no asalariada tuvo que salir a buscar
recursos para su subsistencia.
Se cerraron los hospitales para
la atención de enfermos de otras patologías por una mala planificación o
ausencia de la misma, hubo carencia abrupta de profesionales en salud ya sea por que eran portadores de factores de riesgo alto que podrían poner en riesgo sus vidas o por haber sido infectados. Las salas de los hospitales quedaron vacías
y paradójicamente la población enferma no encontraba centros de salud donde
acudir para ser atendida; por si fuera poco, la mayoría de los centros de
atención primaria dejaron de funcionar. Gran parte de la población
quedó sin asistencia médica, y es muy posible que la mortalidad por otras
enfermedades se haya incrementado durante ese período.
Los laboratorios de diagnóstico
específico para el SARS Cov2, fueron escasos; la mayoría de carácter privado
con costos muy altos. Los del sector público nunca fueron suficientes para
cubrir la masiva demanda, por el poco
equipamiento y el escaso personal capacitado, quienes también fueron víctimas
del contagio teniendo que aislarse e incluso algunos llegaron a fallecer. A partir de
esto, los procedimientos laboratoriales desembocaron en un caos. Las muestras
tomadas de los casos sospechosos, que deberían analizarse en un máximo de 72
horas, demoraban 2 semanas en realizarse con la consiguiente poca fiabilidad de los resultados y el perjuicio en el
manejo terapéutico de los enfermos.
La urgencia del manejo de estos
enfermos, hizo que los principales centros de investigación del exterior,
elaboraran protocolos de tratamiento con determinados fármacos, que iban modificándose
constantemente. Los comités científicos locales no cumplieron el rol de actualizar
dichos protocolos para aplicarlos en nuestro medio, lo que hizo que la
población se auto-medicara, además; de forma irresponsable, se distribuyeron paquetes de medicamentos, sin eficacia probada, a una población desesperada que
en muchos casos llegó a intoxicarse al consumirlos sin supervisión. Tal
desesperación provocó que incluso se ingiriera sustancias como el dióxido de
cloro, cuyo consumo humano no está avalado por la ciencia médica; lo peor en este último caso, es que afloró la ignorancia de algunas autoridades sanitarias y
cierto personal médico que promovió su consumo como una especie de experimento
en humanos muy parecido al que se practicó con los prisioneros en los campos de
concentración nazi durante la segunda guerra mundial.
La falta de orientación
profesional sobre el uso de fármacos, provocó que
la población se volcara a adquirir medicamentos en farmacias que especularon
con los precios. Aspecto que tampoco fue controlado por las autoridades
gubernamentales.
En la implementación de centros de
aislamiento, se despilfarró recursos al elegir instalaciones costosas, con
infraestructura superflua y no apta para la atención sanitaria.
Hasta
principios del mes de septiembre, cuando comenzó a declinar la curva de
infectados, se registraron 117,928 casos confirmados, 64,074
recuperaciones y 5,203 muertes. La tasa de mortalidad por número de habitantes en Bolivia, es una de las más altas del mundo, lo que demuestra una muy mala gestión de la
crisis sanitaria. Es muy probable que las cifras de morbi-mortalidad sean mucho mas elevadas ya
que existe un sub registro de casos por la falta de pruebas laboratoriales. Esto
mismo provocó que numerosos casos sospechosos quedaran sin confirmación o
descarte del diagnóstico. Así mismo, muchos fallecieron sin atención médica por
el colapso de los centros de salud o en poblaciones sin suficiente cobertura
sanitaria.
Frente a un eventual rebrote, es
urgente incrementar y equipar las unidades de terapia intensiva en todos los
hospitales de segundo y tercer nivel del país. Crear hospitales centinela en
cada capital de departamento y ciudades intermedias con personal especializado
multidisciplinario.
La enfermedad por coronavirus es
una patología de afectación sistémica, implica el compromiso de varios órganos
y sistemas del organismo humano, esto requiere del manejo conjunto de varias
especialidades médicas. Los hospitales centinela deben tener constituidos equipos
de médicos de las especialidades implicadas, además del personal de enfermería
y auxiliares muy bien entrenados en el manejo de este tipo de pacientes y el
dominio de las medidas de bioseguridad en los hospitales.
Se debe dotar de suficientes equipos de protección individual al personal sanitario, así como de material de desinfección; además, ampliar y equipar los laboratorios estatales de diagnóstico y
asignar suficiente personal capacitado a los mismos.
Debemos incorporarnos, como país,
a los trabajos científicos de la tercera fase del ensayo de las vacunas y a grupos de estudio de la evolución clínica del COVID-19. El gobierno
debería gestionar la provisión de los fármacos que hasta el momento mostraron eficacia
en el tratamiento antiviral en otros países. Ante nuestra carencia crónica de
especialistas, debería gestionarse, en países amigos, el apoyo con profesionales de estas
características.
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