domingo, 6 de diciembre de 2020

 

Pandemia; entre la corrupción, errores y aciertos.

A mediados de marzo, cuando se reportaban los primeros casos en Bolivia, China declaraba como superado el pico más alto del número de infecciones por el SARS Cov2, Se anunciaba el cierre de algunos de los 16 hospitales, de más de 1000 camas cada una, que habían sido construidos en pocos días, específicamente para afrontar la crisis. En Wuhan, se daba de alta al último paciente, luego registrar 60,00 infectados y más de 3000 fallecidos. China celebraba e Italia se convertía en el  nuevo epicentro mundial de la pandemia.

Dos meses antes, después de que la OMS fuera notificada de la identificación del virus en Wuhan, el 31 de diciembre; las autoridades sanitarias chinas confirmaron la alta contagiosidad del virus. Con el fin de evitar su propagación, ciudades enteras quedaban aisladas desde el epicentro inicial: Wuhan de 11 millones de habitantes. Alrededor de 20 millones de personas quedaron en cuarentena, pero para entonces, decenas de miles ya  habían salido de la ciudad.

El 10 de marzo se informaba de los 2 primeros casos en Bolivia, dos días después se declaró estado de emergencia nacional. El 21 de marzo, mediante el decreto supremo N° 4199, se implementa la cuarentena total en todo el territorio del Estado Plurinacional de Bolivia y el cierre de fronteras internacionales, contra el contagio y propagación del Coronavirus 

La cuarentena nacional, es la medida extrema que tiene como objetivo disminuir la velocidad de expansión de la pandemia, instruir a la población acerca de medidas de prevención y ganar tiempo en la preparación del sistema sanitario tanto en infraestructura, equipamiento y del personal.

Bolivia es un país, con pocos hospitales y centros de salud, con un número de camas de hospitalización por debajo del promedio mundial de 2,7 por cada 1000 habitantes. La cantidad de profesionales sanitarios, entre médicos, enfermeras y demás personal, existente en nuestro país es de 14.1 por cada 10,000 habitantes (la OMS recomienda 25 por cada 10,000). Según el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, el número de médicos alcanza a 4,7 por cada 10,000 habitantes, el segundo más bajo de Latinoamérica. En los últimos años, con la inauguración de nueva infraestructura hospitalaria ya se percibía un déficit de médicos especialistas.

Nuestro sistema sanitario no funciona como tal, existe una falta crónica de trabajo coordinado entre los 3 niveles de atención.

Ante este panorama, el país no estaba preparado para afrontar una pandemia de las dimensiones como la que vivimos. El gobierno de transición, lejos de acelerar la conclusión de los hospitales en construcción, desde la anterior gestión gubernamental, lo que hizo fue paralizar las mismas.

Teniendo como referencia la experiencia de países asiáticos y europeos, en la implementación de medidas de emergencia frente a la crisis sanitaria, debería haberse gestionado un adecuado equipamiento y ampliación de las unidades de terapia intensiva en los centros de segundo y tercer nivel de todo el país, adquisición masiva de equipos  de bioseguridad, readecuación de la infraestructura ya existente, creación de hospitales centinela, incrementar el número de profesionales especializados, crear  entidades nacional y  departamentales coordinadoras de las acciones preventivas, de diagnóstico y manejo de enfermos, mediante la emisión de protocolos de tratamiento sujetos a actualización permanente, a cargo de equipos de expertos. Capacitar masivamente a la población sobre medidas preventivas y de bioseguridad. Gestionar a organismos de cooperación internacional y países amigos,  la asignación de recursos, insumos y el apoyo de personal profesional especializado, etc.

Nada de lo anterior se hizo de forma eficiente ni oportuna. No se aprovechó los meses de relativa baja incidencia de casos para implementar medidas de preparación antes de los elevados picos de los meses más álgidos; junio, julio y agosto.  Se compraron equipos no aptos para las unidades de terapia intensiva  con oscuros manejos económicos. No se contrató el suficiente personal profesional. Hubo una deficiente dotación de insumos de bioseguridad para el personal sanitario, quienes tuvieron de recurrir a sus propios recursos para adquirir los mismos. La consecuencia de esto fue el contagio de un gran número de médicos y enfermeras, y el lamentable deceso de muchos de ellos. Los llamados comités científicos tuvieron un rol mediocre e intrascendente, no dieron las directrices adecuadas ni oportunas en la gestión de la crisis. Las medidas coercitivas, implementadas como un único recurso, no fueron las más apropiadas para mantener a la población aislada en sus domicilios, mucho más cuando la mayoría no asalariada tuvo que salir a buscar recursos para su subsistencia.

Se cerraron los hospitales para la atención de enfermos de otras patologías por una mala planificación o ausencia de la misma, hubo carencia abrupta de profesionales en salud ya sea por que eran portadores de factores de riesgo alto que podrían poner en riesgo sus vidas  o por haber sido infectados. Las salas de los hospitales quedaron vacías y paradójicamente la población enferma no encontraba centros de salud donde acudir para ser atendida; por si fuera poco, la mayoría de los centros de atención primaria dejaron de funcionar. Gran parte de la población quedó sin asistencia médica, y es muy posible que la mortalidad por otras enfermedades se haya incrementado durante ese período.

Los laboratorios de diagnóstico específico para el SARS Cov2, fueron escasos; la mayoría de carácter privado con costos muy altos. Los del sector público nunca fueron suficientes para cubrir la masiva  demanda, por el poco equipamiento y el escaso personal capacitado, quienes también fueron víctimas del contagio teniendo que aislarse e incluso algunos llegaron a fallecer. A partir de esto, los procedimientos laboratoriales desembocaron en un caos. Las muestras tomadas de los casos sospechosos, que deberían analizarse en un máximo de 72 horas, demoraban 2 semanas en realizarse con la consiguiente poca fiabilidad de los resultados y el perjuicio en el manejo terapéutico de los enfermos.

Al tratarse de un nuevo virus, en el mundo aun no se tiene establecida una terapia específica, tampoco se conoce lo suficiente acerca del cuadro clínico completo a mediano y largo plazo provocado por este germen. La intensa investigación científica desarrollada desde el inicio, muestran resultados todavía preliminares acerca de la efectividad de algunos fármacos, sin embargo; los primeros resultados casi siempre quedaron descartados al acumularse mayor evidencia científica en los nuevos ensayos terapéuticos.

La urgencia del manejo de estos enfermos, hizo que los principales centros de investigación del exterior, elaboraran protocolos de tratamiento con determinados fármacos, que iban modificándose constantemente. Los comités científicos locales no cumplieron el rol de actualizar dichos protocolos para aplicarlos en nuestro medio, lo que hizo que la población se auto-medicara, además; de forma irresponsable, se distribuyeron paquetes de medicamentos, sin eficacia probada, a una población desesperada que en muchos casos llegó a intoxicarse al consumirlos sin supervisión. Tal desesperación provocó que incluso se ingiriera sustancias como el dióxido de cloro, cuyo consumo humano no está avalado por la ciencia médica; lo peor en este último caso, es que afloró la ignorancia de algunas autoridades sanitarias y cierto personal médico que promovió su consumo como una especie de experimento en humanos muy parecido al que se practicó con los prisioneros en los campos de concentración nazi durante la segunda guerra mundial.

La falta de orientación profesional sobre el uso de fármacos, provocó que la población se volcara a adquirir medicamentos en farmacias que especularon con los precios. Aspecto que tampoco fue controlado por las autoridades gubernamentales.

En la implementación de centros de aislamiento, se despilfarró recursos al elegir instalaciones costosas, con infraestructura superflua y no apta para la atención sanitaria.

Hasta principios del mes de septiembre, cuando comenzó a declinar la curva de infectados, se registraron 117,928 casos confirmados, 64,074 recuperaciones y 5,203 muertes. La tasa de mortalidad por número de habitantes en Bolivia, es una de las más altas del mundo, lo que demuestra una muy mala gestión de la crisis sanitaria. Es muy probable que las cifras de morbi-mortalidad sean mucho mas elevadas ya que existe un sub registro de casos por la falta de pruebas laboratoriales. Esto mismo provocó que numerosos casos sospechosos quedaran sin confirmación o descarte del diagnóstico. Así mismo, muchos fallecieron sin atención médica por el colapso de los centros de salud o en poblaciones sin suficiente cobertura sanitaria.

Frente a un eventual rebrote, es urgente incrementar y equipar las unidades de terapia intensiva en todos los hospitales de segundo y tercer nivel del país. Crear hospitales centinela en cada capital de departamento y ciudades intermedias con personal especializado multidisciplinario.

La enfermedad por coronavirus es una patología de afectación sistémica, implica el compromiso de varios órganos y sistemas del organismo humano, esto requiere del manejo conjunto de varias especialidades médicas. Los hospitales centinela deben tener constituidos equipos de médicos de las especialidades implicadas, además del personal de enfermería y auxiliares muy bien entrenados en el manejo de este tipo de pacientes y el dominio de las medidas de bioseguridad en los hospitales.

Se debe dotar de suficientes equipos de protección individual al personal sanitario, así como de material de desinfección; además, ampliar y equipar los laboratorios estatales de diagnóstico y asignar suficiente personal capacitado a los mismos.

Constituir comités de coordinación de las acciones sanitarias de emergencia, integrado por personal competente, que den las directrices del manejo hospitalario y las medidas de prevención o administración de centros de aislamiento, siguiendo un protocolo elaborado en base a la evidencia científica, con actualización permanente del mismo.  Así mismo, deben crearse comités de capacitación permanente al personal sanitario y a la población en general. Este último monitorizado por los profesionales del primer nivel de atención. Poner en marcha el sistema sanitario, articular los tres niveles, asignando un rol específico a cada uno.

Debemos incorporarnos, como país, a los trabajos científicos de la tercera fase del ensayo de las vacunas y a grupos de estudio de la evolución clínica del COVID-19. El gobierno debería gestionar la provisión de los fármacos que hasta el momento mostraron eficacia en el tratamiento antiviral en otros países. Ante nuestra carencia crónica de especialistas, debería gestionarse, en países amigos,  el apoyo con profesionales de estas características.

Eligio Copari-Jiménez