Cuando se sueña en grande, es posible materializar lo imposible. Los
inmensos objetivos que uno se propone alcanzar exigen al máximo nuestras
capacidades; nos dan la oportunidad de descubrir hasta donde somos capaces de llegar como
individuos y como colectividad.
¿Por qué aspirar sólo a objetivos intermedios? ¿Por qué poner en la propia perspectiva, sueños mutilados por nosotros mismos? ¿Por qué limitarnos a alcanzar sólo lo mínimo
necesario, sólo clasificar, sólo
aprobar, sólo terminar un evento “decorosamente”?.
¿Por qué no soñamos siempre, en cada jornada, en cada emprendimiento, en el inicio
de cada etapa de nuestras vidas, en cada nacimiento; con alcanzar la máxima
gloria?
Estos hombres (y otros pocos) nos enseñan a explorar y
explotar al máximo nuestras cualidades,
muchas veces escondidas por complejos incubados en siglos de sometimiento
cultural que han dejado en estado de coma o tal vez muerta nuestra autoestima.
Nos muestran que el camino hacia el éxito, hacia la cúspide, es la férrea disciplina, el esfuerzo máximo y sobrehumano, además del inmenso deseo de superación. Éxito que se traduce en un valor intangible, el más grande que ser alguno pueda experimentar: la satisfacción de ver realizado un sueño, el del deber cumplido y lo beneficioso que puede ser su esfuerzo para la sociedad.
Nos muestran que el camino hacia el éxito, hacia la cúspide, es la férrea disciplina, el esfuerzo máximo y sobrehumano, además del inmenso deseo de superación. Éxito que se traduce en un valor intangible, el más grande que ser alguno pueda experimentar: la satisfacción de ver realizado un sueño, el del deber cumplido y lo beneficioso que puede ser su esfuerzo para la sociedad.
Mi admiración y agradecimiento a estos valientes.